lunes, 7 de diciembre de 2009

El mercader de arte Alfred Flechtheim

AUTOR: Otto Dix

TÍTULO: El mercader de arte Alfred Flechtheim

TÉCNICA: Mixta sobre tabla

DIMENSIONES: 120 x 80 cm

FECHA: 1926

LOCALIZACIÓN: Neue Nationalgalerie, Berlín




Otto Dix retrató al mercader Alfred Flechtheim en 1926 de una manera soberbia, con trazos expresionistas y basándose en su concepto de nueva objetividad. Se trata de un personaje de gran carrera como coleccionista y lo deja reflejado al presentar en el retrato dos obras cubistas, probablemente de Juan Gris del que era gran admirador.
Dix tuvo una larga trayectoria como artista, tocando varios estilos hasta llegar al suyo propio. Es difícil catalogarlo dentro de un movimiento ya que su pensamiento y su forma de ver el mundo y el arte distan bastante de sus contemporáneos. Aún así, lo podemos conciliar con el movimiento de la verdad, o verismo, corriente seguida por bastantes alemanes en esta época; donde plasmaban la realidad social del momento. Lo tacharon de conservador, artísticamente hablando, debido a su empeño en pintar lo real y su desapego al arte que llevaba hacia la abstracción. Él no negaba este aspecto; se llamaba a sí mismo primitivo y popular.
“Necesito la vinculación con el mundo sensorial, el valor para la fealdad, la vida sin diluir...”
Con estas palabras describe de una manera clara su modo de ver el arte. Vivió de primera mano los horrores de la guerra y piensa que eso es lo que debe reflejar en su pintura; la realidad, el horror, la fealdad. Y eso hizo que se haya convertido en uno de los pintores más importantes de Alemania, a pesar de que en ocasiones su obra fuese expuesta como Arte degenerado, o se haya quemado buena parte de la misma.
Como retratista fue también muy prolífico. A pesar de que negaba la premisa de que los retratistas actuaban como psicólogos dejando ver lo mejor y lo peor de cada persona, realizó obras donde los personajes llegaban casi a verse como una caricatura de sí mismos. Su lema era “confía en tus ojos”, y es que sus ojos veían más allá de los rostros o la ropa. Con cada gesto exterior, representaba también el interior del retratado, que eran uno.
En este retrato vemos a un hombre envejecido y cansado, con los ojos mustios y un traje no demasiado elegante. Aquí vemos a través de los ojos de Dix, que desde luego, no debía gustar mucho de este marchante. Con un cuadro cubista en una mano y documentos en la otra, nos aclara no solo el papel de marchante del personaje, sino sus preferencias de estilo, dándole la espalda al arte alemán. También, con ese gesto y rasgos, vemos frialdad ante lo que le rodea, pasando a ser tan solo un comerciante que ya no se entusiasma con el buen hacer de los artistas.
Por lo tanto, aunque Otto Dix tache de palabrería barata las afirmaciones sobre el papel de los retratistas, él mismo actúa como un destripador del interior, de la verdad o de lo que él considera verdad. De hecho su arte es una continua visión subjetiva de la realidad, la manifestación de su yo artístico sobre los objetos o las personas que pinta.
Seguramente conocía más retratos de este mercader. En concreto el realizado doce años antes por Marcoussis, ya que, a pesar de ser de puro estilo cubista, la estructura y los elementos son muy parecidos, mostrando al personaje rodeado de sus adquisiciones. Sin embargo, son obras completamente distintas. La expresión y la forma son los pilares que afianzan este retrato, dejando a un lado cualquier tipo de adorno o abstracción.
Cada pincelada de Dix es un estudio minucioso de la forma. Un dejarse llevar por sus ojos. Un realismo subjetivo. Una expresión rotunda y personal. De ahí lo genial de su arte, y por lo tanto lo genial de esta obra.

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